miércoles, 23 de octubre de 2013

Esquirol

Qué contento se pondría el señor José Ignacio Wert si mañana los medios de comuniación decidiesen ilustrar la huelga general educativa dándose un paseo por el Conservatorio Superior de Música "Manuel Massotti Littel" de Murcia, pues su seguimiento, a juzgar por el poco interés que se muestra en el ambiente, es posible que sea escaso. La huelga no se ha colado en las conversaciones habituales de pasillo, cantina o entrada, como sería de esperar en las vísperas de una jornada de estas características. Y la verdad, yo mañana iré a las dos clases que habitualmente tengo los jueves por las mañanas.

Pero que no se engañe nadie, y que tampoco se le ocurra al ministro venir a visitarnos, porque no tendría buen recibimiento. No es que estemos de acuerdo con la política del señor Wert, con la LOMCE, con la negativa a otorgarnos un grado e integrarnos en el sistema universitario, la política de becas... y tantos otros asuntos; no, en este centro tenemos razones más que fundadas para seguir la huelga de manera masiva y también para protestarle a la Consejería de Educación de la Región de Murcia por otras tantas responsabilidades suyas, que justificarían incluso una huelga indefinida -financiación y  mantenimiento del centro, retrasos normativos...

Pero ocurre que las enseñanzas artísticas (al igual que otras materias como las humanidades: filosofía, historia, geografía, lenguas clásicas...) al final no le importan a casi nadie. Importamos tan poco que la LOMCE nos aparta del medio y la gente sólo protesta por el estatus de la asignatura de religión, o por las horas que se dan en tal o cual lengua. El arte no vende, se dice que no es rentable, y tampoco da tanto morbo como para sacarlo en los medios, salvo en casos anecdóticos. 

Y se produce un curioso efecto, como la sociedad española nos ignora -porque en el resto de Europa y del mundo civilizado no ocurre así-, pues nosotros los ignoramos a ellos. Nos encerramos en nuestro mundo y nos volvemos egoístas: tú a lo tuyo, a estudiar y luego a emigrar. Así se explica que un músico no se le pase por la cabeza sacrificar sus clases por cualquier tipo de causa, en el fondo no serviría de nada, a nadie le importaría, salvo al propio músico. Si un obrero no va a trabajar la fábrica se resiente, pero si el conservatorio no funciona corremos el riesgo de que nos lo cierren, y tampoco le importaría a nadie.

Por la boca pequeña nos quejamos de todo, en petit comité, o en las redes sociales -mea culpa-, pero luego somos un colectivo que no merece ser llamado así, si acaso un grupo de personas, porque cada uno va a su aire. Y puede que ahí resida la diferencia, no somos capaces de ponernos de acuerdo ni para quejarnos, y mientras tanto seguimos sufriendo individualmente la dejadez administrativa, los recortes, los cambios normativos, la severa falta de mantenimiento de nuestro centro -de la que no damos demasiada cuenta fuera porque no nos gusta echar piedras sobre nuestro tejado, así de orgullosos somos- y otros problemas menores que van engordando la ya inmensa bola de diferencias que sólo apreciamos cuando despegamos -literalmente- a otros centros u otros países y comparamos.

Mañana seré un esquirol, arrepentido pero esquirol, por todo esto, porque el hecho de que falte aisladamente a clase no arreglará nada. Pero aunque no tenga derecho, porque el que calla otorga, no quiero que me incluyan en ningún tipo de mayoría silenciosa. No voy a clase porque esté de acuerdo con nada, ni en desacuerdo con los convocantes, sino porque formo parte de un grupo de esquiroles que parece no importale a nadie y que hace honor al dicho: Divide y vencerás.

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